Está en la naturaleza humana presuponer la bondad de aquellos con quienes nos relacionamos. Afortunadamente son mínimas las ocasiones en que esto no se cumple y es gracias a nuestra condición, la preocupación por preservar la bondad del género y por eso es tan importante mantenerse en el grupo de los que construyen y aman.
Lo anterior explica el dolor por la desaparición física de alguien que hizo el bien y confirma que no es necesario impactar en poblaciones enteras pues basta que cada uno lo haga solo en quienes te rodean. Eso es suficiente para calificar como un ser bueno.
Omar fue un ser bueno. Lo fue en muchos aspectos y para probarlo no es necesario diversificarse mucho. Bastaría decir que estuvo en el centro de muchas batallas. Estuvo en la tremenda lucha por resistir los retos que le impusieron increíbles prejuicios y desde otro polo, en la lucha por flotar profesionalmente sobre los retos de su tiempo, al decir de Martí cuando se refirió a la Educación.
Haber conocido a Omar en las últimas tres décadas desempeñándose en diversos escenarios permite confirmar su bondad. Enfrentó responsabilidades diversas que no tiene caso enumerar. Pueden ser suficientes sin embargo las huellas que dejó en las personas, en particular las que se derivaron de las encomiendas sociales y profesionales, sobre todo en las de su comunidad.
No hay lugar a dudas acerca de su entereza como ser humano, probada en toda ocasión. Se le vio entregarse a empeños sin escatimar esfuerzos, como si fuese siempre su última tarea, y por eso de sus resultados siempre se derivaron otras.
Aprendieron y lo respetaron tanto sus estudiantes como sus compañeros por la transparencia de actuación, y en las ocasiones en que requirió convencer a alguien en debates profesionales, sociales o personales. Como nadie supo esgrimir sus poderosas razones en una combinación victoriosa que mezclaba el razonamiento, su ejemplo y el color de su origen humilde y del folklore de su procedencia.
Muchos años se desempeñó en responsabilidades importantes en el plano formativo en que se destaca su labor como Decano de la Facultad de Educación Física en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, escenario que creció junto con él en el plano personal y profesional.
Ese contexto lo vio hacerse doctor en la misma época en que tal empeño parecía más una meta personal que social, pero en medio de sus numerosas trabajos halló la oportunidad de avanzar con constancia y obtuvo el grado, al cual honró hasta el final de sus días y entregó lo mejor de sí a lo que hacía y a quienes le rodearon. No dispuso nunca de un minuto asignado para eso, los obtuvo de su dedicación y sacrificio.
Luego y por siempre actuó sin vanidad, para brillar ejemplarmente en el afán permanente por aprender. Cuenta entre los cada vez más extraños casos de profesionales que no sienten reducido su orgullo al preguntar a otros sobre cualquier tema. A la vez que se ofrecía siempre para colaborar, lo cual formó parte de su personalidad pues ocurría tanto en la vida profesional como en la cotidiana. Eso se llama humildad y la puso a prueba en todo momento.
Amó la vida, y por ser harto sabido no tiene caso recordar la colosal lección que dio a todos en sus últimos años sobre la forma de enfrentar con mucho coraje las peligrosas curvas que esta le reservó.
Fue, es y será inspiración para todos en cuanto a saber cómo se debe llevar la vida en el breve tiempo que se pasa por ella, y lograr en todos la convicción de que al hacerlo es nuestra responsabilidad dejar una huella ejemplar que sea motivo para recordar siempre por sus contemporáneos y una referencia para quienes no lo conocieron.
Hacerlo, es evidencia de ser responsable con el tremendo valor que es recibir una existencia regalada y, en compensación, poder ostentar con humildad la condición de ser reconocido como un hombre bueno.
Donde quiera que estés, recibe Omar este homenaje pendiente de quienes te conocimos.
Y gracias por tu ejemplo.